Octava Ley
“La sagrada doctrina se torna aun más sagrada si se es consecuente con ella”
Hasta aquí, hemos analizado el mensaje de los primeros siete principios de el Decadron. De acuerdo a los Maestros, los siete enunciados iniciales se concentran de manera especial en el caminante. En la persona o ser que siente vivir y realizar la luz. En los siguientes tres principios —que empezamos a tratar desde este momento— hallaremos un conocimiento orientado principalmente a la mística de grupo.
Para explicarlo de otra forma, el discipulado para convertirse en parte consciente de la Hermandad Blanca, requiere de siete pasos, que como vimos consisten en:
Conocerse a uno mismo para conocer al Universo.
Comprender la naturaleza de la luz y el conocimiento verdaderos.
Saber enfrentar las adversidades a través del amor y la no resistencia.
Controlar nuestras emociones para hacer efectiva nuestra propia protección.
Ser ejemplo de lo que hemos aprendido.
Comprender que el mensaje es más importante que el mensajero.
Fortalecer nuestra fe en el conocimiento.
Una vez que cruzamos estas siete “puertas”, nos hallamos ante la octava ley. Un enunciado que vibra más en la labor de grupo o hermandad. ¿Qué significa este nuevo principio?
Habla de la “doctrina”. Pero no en la acepción que muchas veces se relaciona a las religiones organizadas, sino como un conjunto de enseñanzas o principios. Ser consecuente con las enseñanzas espirituales significa no traicionar nuestro compromiso con nosotros mismos y con la Luz. Servir amorosamente a los principios que nos inspiraron e iluminaron. En suma, al propósito superior de nuestra misión. Así, en cada acción y esfuerzo, los designios superiores serán santificados, envueltos de una energía de voluntad y servicio. Se harán fuertes y adquirirán vida propia. Se transformarán en el alma colectiva de un grupo que trabaja en la luz. Y esa energía protegerá y asistirá al caminante, y le ayudará en la consecución de la obra.
Por ello El Decadron afirma que la doctrina “se torna aún más sagrada”, pues es nutrida de la energía de quienes vibran en ella y la realizan. No es sólo un símbolo. Hay allí un poderoso fluir de fuerzas. Este es un secreto que ha sido practicado desde épocas muy antiguas: Cuando un grupo de personas se une bajo el amparo de un principio en el cual vibran y creen, dan forma a un elemento, denominado por los Maestros “La Ley del Núcleo”. Todo grupo humano, espiritual o bélico, religioso o político, trabaja con la Ley del Núcleo, independientemente de que lo sepan o no. La energía que generan al reunirse bajo ciertos ideales y objetivos, y trabajar decididamente por ellos, va dando forma a este elemento que se transforma en el “alma” o “Cuerpo Místico” de aquel grupo. Aquel “Núcleo” o “Templo Espiritual”, si es construido sobre la base de ideales elevados y amorosos, en proyección al servicio y la ayuda a los demás, se podría convertir en un foco de irradiación positiva en su momento de maduración. Esta verdad nos lleva directamente a la Novena Ley.
“La sagrada doctrina se torna aun más sagrada si se es consecuente con ella”
Hasta aquí, hemos analizado el mensaje de los primeros siete principios de el Decadron. De acuerdo a los Maestros, los siete enunciados iniciales se concentran de manera especial en el caminante. En la persona o ser que siente vivir y realizar la luz. En los siguientes tres principios —que empezamos a tratar desde este momento— hallaremos un conocimiento orientado principalmente a la mística de grupo.
Para explicarlo de otra forma, el discipulado para convertirse en parte consciente de la Hermandad Blanca, requiere de siete pasos, que como vimos consisten en:
Conocerse a uno mismo para conocer al Universo.
Comprender la naturaleza de la luz y el conocimiento verdaderos.
Saber enfrentar las adversidades a través del amor y la no resistencia.
Controlar nuestras emociones para hacer efectiva nuestra propia protección.
Ser ejemplo de lo que hemos aprendido.
Comprender que el mensaje es más importante que el mensajero.
Fortalecer nuestra fe en el conocimiento.
Una vez que cruzamos estas siete “puertas”, nos hallamos ante la octava ley. Un enunciado que vibra más en la labor de grupo o hermandad. ¿Qué significa este nuevo principio?
Habla de la “doctrina”. Pero no en la acepción que muchas veces se relaciona a las religiones organizadas, sino como un conjunto de enseñanzas o principios. Ser consecuente con las enseñanzas espirituales significa no traicionar nuestro compromiso con nosotros mismos y con la Luz. Servir amorosamente a los principios que nos inspiraron e iluminaron. En suma, al propósito superior de nuestra misión. Así, en cada acción y esfuerzo, los designios superiores serán santificados, envueltos de una energía de voluntad y servicio. Se harán fuertes y adquirirán vida propia. Se transformarán en el alma colectiva de un grupo que trabaja en la luz. Y esa energía protegerá y asistirá al caminante, y le ayudará en la consecución de la obra.
Por ello El Decadron afirma que la doctrina “se torna aún más sagrada”, pues es nutrida de la energía de quienes vibran en ella y la realizan. No es sólo un símbolo. Hay allí un poderoso fluir de fuerzas. Este es un secreto que ha sido practicado desde épocas muy antiguas: Cuando un grupo de personas se une bajo el amparo de un principio en el cual vibran y creen, dan forma a un elemento, denominado por los Maestros “La Ley del Núcleo”. Todo grupo humano, espiritual o bélico, religioso o político, trabaja con la Ley del Núcleo, independientemente de que lo sepan o no. La energía que generan al reunirse bajo ciertos ideales y objetivos, y trabajar decididamente por ellos, va dando forma a este elemento que se transforma en el “alma” o “Cuerpo Místico” de aquel grupo. Aquel “Núcleo” o “Templo Espiritual”, si es construido sobre la base de ideales elevados y amorosos, en proyección al servicio y la ayuda a los demás, se podría convertir en un foco de irradiación positiva en su momento de maduración. Esta verdad nos lleva directamente a la Novena Ley.