lunes, 6 de diciembre de 2010

El Rosario tolteca









El Rosario tolteca

Por Frank Díaz


La tradición de recitar frases o palabras sagradas con la ayuda de un rosario está difundida entre las principales religiones del mundo. Probablemente, los inventores de este implemento fueron los hindúes. Desde tiempos inmemoriales, aparece en la India el collar sagrado, llamado Japamalam, “rueda de invocaciones”, en relación con Brahma, el dios creador. El rosario hindú se compone de 108 cuentas rematadas por un cono que representa la montaña donde, según el mito, ocurrió la creación del ser humano. También existen variantes de 27 y 54 cuentas.

Los budistas transformaron el rosario hindú en el atributo de Avalokiteshvara, el Buda de la compasión. Los misioneros de esta fe lo llevaron a China, Japón y la Europa oriental, donde fue conocido y adoptado por los griegos y romanos, primero, y más tarde por los musulmanes.

El rosario musulmán tiene 99 cuentas que representan los nombres externos de Dios; se omite el nombre número 100, porque es oculto. Los turcos suelen dividir esta cantidad en tres bloques dedicados a los tres aspectos de la Deidad: “el alabado”, “el glorioso” y “el grande”.

Se ignora qué origen tiene el rosario cristiano pero, probablemente, fue tomado de los romanos. Hay evidencia de que ya era empleado en el siglo VIII después de Cristo por los devotos iletrados, para ayudarse a recordar los salmos de la Biblia. A fines del siglo XII, el monje católico Pedro el Ermitaño enarboló el rosario en su lucha contra los cristianos albigenses, quienes se oponían al poder de Roma. Poco después, Domingo de Guzmán, fundador de la orden de los dominicos, reconoció el potencial meditativo de las letanías del rosario musulmán e instituyó el Santo Rosario cristiano, afirmando que la propia Virgen María se lo había enseñado. En su versión más común, este rosario se compone de 50 cuentas organizadas en grupos de 10, pero también los hay de 150. Su nombre es metafórico, pues los rezos son comparados con guirnaldas de rosas ofrecidas a la Virgen.

El rosario tolteca
Los antiguos mexicanos también conocieron el rosario y lo usaron en forma similar a los demás pueblos, según atestiguaron los cronistas europeos. Por ejemplo, el padre Francisco Hernández asegura: “Ellos usaban en sus rezos unas cuentas como las nuestras, que llamaban Tzoactli, lo cual quiere decir en su lengua pobrecillo.” (Antigüedades de los indios)

El nombre Tsoaktli significa literalmente semilla arrugada, pues las cuentas por lo general se confeccionaban con este material (aunque también había rosarios de materiales nobles, como el jade y el oro). Otro nombre que le daban era Tlakopatli, canutillos. Al acto de repasar las cuentas le decían Soso, repetición.

El rosario era un símbolo distintivo de los monjes toltecas, según podemos ver en diversos códices y monumentos. Un texto sagrado maya afirma que se relacionaba con la iniciación de los monjes en los misterios sagrados: “Así es el len guaje de los misterios: le dice (el maestro al aprendiz): Hijo mío, si eres un hombre verdadero, busca las cuentecillas verdes con que oras. Las cuentas que así le pide son las piedras del collar precioso.” (Chilam Balam de Chumayel, Lenguaje de Zuyua)

La importancia que le daban los mesoamericanos a este objeto era tal, que incluso podía representar a la persona en las ceremonias, según observó el padre Sahagún: “(Ellos usaban) unas cuentas de palo que llamaban Tlacopatli. (Cuando el joven novicio abandonaba el monasterio) le quitaban las cuentas y las dejaban en el monasterio, porque decían que el espíritu del muchacho estaba unido a las cuentas, y el mismo espíritu hacía los servicios de penitencia por él.” (Historia General III)

Los monjes de Anawak solían transportar sus rosarios en unas bolsas llamadas Shikipilli, donde también llevaban motas de algodón, espinas y otros implementos rituales. Es posible que las bolsas sirvieran para introducir la mano y pasar las cuentas mientras iban de camino.

Su estructura y forma de uso

El rosario tolteca se fabricaba con cualquier semilla o piedra semipreciosa que tuviera un tamaño apropiado para pasar entre los dedos, es decir, ni muy grande ni muy chica. Las cuentas formaban grupos alternos de 9 y 13 (los números clave del calendario mesoamericano), tal como vemos en la imagen de un vaso maya, donde el dios anciano Creador del Universo se asoma por el caracol que le sirve de casa y cuenta los ciclos de tiempo. Había rosarios cortos y largos, pero sus cuentas siempre eran múltiplos de 9 y 13. Con frecuencia, las cuentas estaban coronadas por una mayor, que servía de punto de partida y conclusión.

Una vez fabricado el collar, se dedicaba en un rito de consagración, sahumándolo con copal y rociándolo con Teoatl, “agua sagrada”. También, era costumbre que los practicantes le prometieran algún voto, como, por ejemplo, dejar de comer carne durante una veintena. Un modo muy bonito de consagrar los collares, era sometiéndolos a un baño ritual de temascal.

Se podía practicar tanto con la mano izquierda como con la derecha, ya fuera con el collar en la mano o directamente colgado del cuello. La mano se colocaba entre el vientre y la garganta, nunca por debajo del ombligo. Las cuentas se suspendían sobre el dedo medio y se halaban con el pulgar, tal como vemos en esta imagen. Los dedos medio y anular se contraían, en tanto el índice y el meñique quedaban algo estirados, formando un gesto de gran importancia simbólica, pues significa que el meditante ha quedado reducido a nada, controlando su cuerpo, mente, ego e inclinaciones animales, a fin de fundirse con la divinidad.

Las cuentas se rotaban en una sola dirección, de forma ininterrumpida. Se podía hacer una rotación o muchas, pero siempre en números enteros, es decir, no era correcto dejar el rosario a la mitad.

El ejercicio se realizaba en una postura meditativa, ya fuese sentado o de pie, con la espalda recta, en un estado de profunda concentración, aplicando toda la atención, tanto al acto de pasar las cuentas como de pronunciar las oraciones.

Se podían recitar oraciones completas, frases, palabras e incluso sonidos aislados, ya fuese en voz alta, baja, o de manera mental. En el caso de recitarse palabras con un significado, el devoto debía meditar en este, “saboreándolo”, por decirlo así, hasta captar su esencia espiritual.

Propósitos de la práctica

El rosario tolteca servía para cuatro propósitos principales: como recurso mnemotécnico, para propiciar la meditación, como ofrenda ritual y como canal psicológico. Veamos cada uno de estos:

1. El uso mnemotécnico se basaba en el hecho de que las cuentas ayudan a fijar en la memoria las expresiones o rezos. Esto era importante en el México antiguo, porque, con frecuencia, la literatura sagrada no se escribía, sino que había que memorizarla.

2. Para entender el uso meditativo del rosario, hay que practicar la meditación. Este es un ejercicio de desarrollo de la conciencia que comienza con una postura correcta y una respiración calmada. Luego, concentramos la mente, ya sea visualizando una imagen, escuchando música o pronunciando frases. El rosario puede ser de gran ayuda en este punto, porque combina la verbalización con los sentidos del tacto y el ritmo, contribuyendo a que la mente no se disperse. Una vez que estamos concentrados, hay que suspender el rosario y permanecer en silencio mental.

3. La práctica del rosario como ofrenda tenía que ver con las creencias de los anahuacas, según los cuales, el mundo fue producto del sacrificio de la Serpiente Emplumada. Un modo de devolverle toda la atención que nos ha prestado, consistía en memorizar sus nombres y atributos con la ayuda del collar. Este sentido quedó recogido en una imagen de una estela maya, donde vemos que, de la mano del practicante, sale la vírgula de la palabra orientada hacia arriba, lo cual significa “oración de gracias”.

4. Por último, esta práctica tenía un sentido psicológico, pues servía para anclar los buenos deseos y estados de conciencia, y para canalizar las tensiones.

Después de una gran cantidad de letanías, se establecía un fuerte vínculo afectivo y energético entre el devoto y su rosario, que se transformaba, de ese modo, en un “objeto de poder”, es decir, algo capaz de convocar un elevado estado de atención. En adelante, de solo tocarlo, la mente entraba en un estado de concentración y silencio.

Su simbolismo

El rosario tolteca se componía de dos partes que podemos llamar Nagual o “interna” y Tonal o “externa”. El lado nagual era el Mekatl, hilo. Simbolizaba lo continuo, lo invisible, la esencia, el alma o, mejor dicho, el potencial de realización que todos poseemos. Filosóficamente, representaba la unidad subyacente a todas las cosas, cuyo nombre era Senteotl, unidad divina. Por lo tanto, al pasar el rosario, el practicante usaba el hilo como guía para reunificar su limitada experiencia humana con el ilimitado océano de la Conciencia Cósmica.

El lado tonal eran las cuentas. Representaban lo discontinuo, la apariencia, lo que se puede contar y manipular, es decir, la forma humana. También estaban simbolizadas por Senteotl, pues otra traducción de este nombre es divina semilla. Naturalmente, las semillas aludían al poder germinador o creador de la Serpiente Emplumada. Repasar el collar era un acto equivalente a sembrar, a producir vida; por ello, en el arte mesoamericano se mezclan las imágenes del practicante y el sembrador.

Pero el simbolismo era más profundo pues, en nawatl, el concepto de brotar o reverdecer se dice Shoshou’ki, término que también significa libertad. De manera que, al repasar las cuentas, el devoto proyectaba hacia lo alto su intento de ser libre, que es el fin de la práctica tolteca.

Otro aspecto a considerar, es que la secuencia de las cuentas sugiere un proceso gradual, evolutivo, lo cual se confirma por el nombre nawatl de la cuenta, Shiwitl, que también significa ciclo. Por ello, las cuentas se distribuían en grupos de 9 y 13, números que representaban diversos ciclos calendáricos de gran importancia.

La práctica de los 9 y 13 Señores

El rosario tolteca se podía usar de diversas maneras, según quedó registrado en los documentos. Las principales eran las siguientes:

1. La práctica matutina.

La forma más común de saludar a la Divinidad al levantarse en la mañana o al acostarse en la noche, era repasando los 9 y 13 nombres o atributos divinos. Aparece descrita en los siguiente textos mayas: “Nueve dioses, trece dioses, así voy contando alternativamente, así voy repasando mis cuentas.” (Chilam Balam de Tuzik) “Yo invoco a los nueve divinos y a los trece divinos, en ese orden. Así es como cuento y repaso mis cuentecillas’.” (Chilam Balam de Chumayel, Lenguaje de Zuyua)

Los Yowakteku’tli, nueve señores de la noche, eran los aspectos de la Serpiente Emplumada encargados de propiciar el crecimiento de los cuerpos. Se les invocaba para propiciar buena salud, prosperidad material, y positivas relaciones familiares y sociales. La idea no era pedirle estos beneficios a la Deidad, sino concentrarse en ellos, incorporando su estado de conciencia mediante el uso de la voluntad. Los nombres de estos Señores eran:

•Shiu’teku’tli, señor del fuego
•Itstli, cuchillo de obsidiana
•Piltsinteku’tli, niño señor
•Senteotl, divina unidad
•Miktlanteku’tli, señor de los muertos
•Chalchiu’teku’tli, señor precioso
•Tlasolteotl, divina inmundicia
•Tepeyollotl, corazón de la montaña
•Tlalok, sobre la tierra
Por otra parte, al repasar las cuentas dedicadas a los Tonalteku’tli, trece señores del día, el devoto se predisponía para el despliegue de la conciencia y el manejo de los estados no ordinarios de conciencia, tales como el sueño, la meditación y la muerte. Los nombres de estos Señores eran:

•Shiu’teku’tli, señor del fuego
•Tlalteku’tli, señor de la tierra
•Chalchiu’teku’tli, señor de los jades
•Tonatiu’, sol
•Tlasolteotl, divina inmundicia
•Miktlanteku’tli, señor de los muertos
•Shochipilli, príncipe de las flores
•Tlalok, sobre la tierra
•Ketsalkoatl, serpiente emplumada
•Teskatlipoka, humo del espejo
•Yowalteku’tli, señor de la noche
•Tlawiskalpanteku’tli, señor de la aurora
•Sitlalinikue, falda de estrellas
2. La práctica del Tonalpowalli.

Otra forma de usar el rosario, consistía en ajustar los rezos a los ciclos del año sagrado mesoamericano, llamado Tonalpowalli, cuenta de los tonales. Quedó descrita en el siguiente texto maya: “Le pregunta (el sacerdote al aprendiz): ¿Cuánto tiempo oras? (El aprendiz) deberá responder: Padre: yo oro en el primer día (de la veintena) y también en el décimo. Le pregunta de nuevo: ¿En qué otros días alzas tu oración? Oh, padre: elevo mi oración en el noveno día (de la trecena) y también en el decimotercero.” (Chilam Balam de Chumayel, Lenguaje de Zuyua)

La razón de usar estos días en particular, dentro de los ciclos calendáricos de la veintena y la trecena, era que se consideraban auspiciosos para comulgar con los poderes del cielo y de la tierra.

3. La práctica progresiva.

Esta técnica también estaba relacionada con el Tonalpowalli o año sagrado. Consistía en ir aumentando el número de rezos a medida que pasaban los días de la novena y la trecena. He aquí su descripción: “Oh padre: yo hago un solo rezo el primer día, y conforme rezo cada día, voy añadiendo (una) a mis oraciones, hasta el noveno y el decimotercer día.” (Chilam Balam de Tuzik)

Tales progresiones paralelas de 9 y 13 días se empataban a los 117 días, una duración que, no por casualidad, es el número de días que los mesoamericanos le atribuían al año sinódico del planeta Mercurio, quien era el “mensajero” celeste e intercesor ante la Serpiente Emplumada.

4. La recitación del año.

Otra forma de disponer el rosario, que también tiene un origen calendárico, consiste en repasar 17 trecenas intercaladas con 16 novenas, a fin de completar la duración del año civil (365 días). Según se colige de diversas descripciones de los cronistas, para contar el número de invocaciones, los antiguos colocaban un puñado de granos de maíz e iban quitando uno por cada novena y cada trecena que rezaban.


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