La meditación es FRIALDAD
Si recurres a los monjes católicos, jainistas o budistas, los notarás muy nerviosos. Tal vez no estén tan nerviosos en sus monasterios pero, si los sacas al mundo, los notarás muy, muy nerviosos, porque a cada paso se topan con una tentación. Un hombre de meditación llega a un punto en que ya no tiene tentaciones. Trata de entenderlo. La tentación nunca proviene de afuera; es el deseo reprimido, la energía reprimida, la ira reprimida, la sexualidad reprimida, la avidez reprimida, lo que da origen a la tentación. La tentación surge de tu interior; no tiene nada que ver con cosas exteriores. No es que aparezca un diablo y te tiente; es tu propia mente reprimida que se vuelve maligna y ansía vengarse. Para controlar a esta mente, uno debe mantenerse tan frío e indiferente que la energía vital no pueda recorrer las extremidades ni el cuerpo. Si se permite la circulación de la energía, esas represiones aflorarán a la superficie. Por eso la gente aprende cómo mantenerse insensible, cómo tocar a los otros y a pesar de ello no tocarlos, cómo ver a la gente y al mismo tiempo no verla. La gente vive con clichés: "Hola, ¿cómo estás?" Nadie quiere decir nada con estas frases. Tienen la única finalidad de evitar el verdadero encuentro entre dos personas. Nadie mira al otro a los ojos, le toma las manos ni trata de sentir la energía del otro. La gente no se permite abrirse al otro. Muy asustada, la gente apenas se controla de alguna manera... Fríos y muertos, con camisa de fuerza.
Un hombre de meditación aprende a estar lleno de energía, a un nivel máximo, óptimo. Vive en la cima; hace de la cima su morada. Con seguridad, tiene su calidez, pero no es fervoroso; sólo muestra señales de vida. No es de temperamento caliente; es frío, pues no se deja llevar por sus deseos. Es tan feliz que ya no busca la felicidad. Se siente tan cómodo, tan como en casa, que no va hacia ningún lado; no anda a las corridas ni persigue nada... Es insensible y frío. ( 28 )
Si recurres a los monjes católicos, jainistas o budistas, los notarás muy nerviosos. Tal vez no estén tan nerviosos en sus monasterios pero, si los sacas al mundo, los notarás muy, muy nerviosos, porque a cada paso se topan con una tentación. Un hombre de meditación llega a un punto en que ya no tiene tentaciones. Trata de entenderlo. La tentación nunca proviene de afuera; es el deseo reprimido, la energía reprimida, la ira reprimida, la sexualidad reprimida, la avidez reprimida, lo que da origen a la tentación. La tentación surge de tu interior; no tiene nada que ver con cosas exteriores. No es que aparezca un diablo y te tiente; es tu propia mente reprimida que se vuelve maligna y ansía vengarse. Para controlar a esta mente, uno debe mantenerse tan frío e indiferente que la energía vital no pueda recorrer las extremidades ni el cuerpo. Si se permite la circulación de la energía, esas represiones aflorarán a la superficie. Por eso la gente aprende cómo mantenerse insensible, cómo tocar a los otros y a pesar de ello no tocarlos, cómo ver a la gente y al mismo tiempo no verla. La gente vive con clichés: "Hola, ¿cómo estás?" Nadie quiere decir nada con estas frases. Tienen la única finalidad de evitar el verdadero encuentro entre dos personas. Nadie mira al otro a los ojos, le toma las manos ni trata de sentir la energía del otro. La gente no se permite abrirse al otro. Muy asustada, la gente apenas se controla de alguna manera... Fríos y muertos, con camisa de fuerza.
Un hombre de meditación aprende a estar lleno de energía, a un nivel máximo, óptimo. Vive en la cima; hace de la cima su morada. Con seguridad, tiene su calidez, pero no es fervoroso; sólo muestra señales de vida. No es de temperamento caliente; es frío, pues no se deja llevar por sus deseos. Es tan feliz que ya no busca la felicidad. Se siente tan cómodo, tan como en casa, que no va hacia ningún lado; no anda a las corridas ni persigue nada... Es insensible y frío. ( 28 )