domingo, 18 de diciembre de 2011

DIOS LE OTORGA EL PODER


JAIME BARYLKO (CÁBALA DE LA LUZ)

FUNCIÓN DEL SUFRIMIENTO

El sufrimiento es el que produce la ruptura, la salida del palacio, del confort, de la rutina donde las bibliotecas y los sacerdotes, todo lo saben acerca de todo.
Cuando Moisés sale ve el sufrimiento, y se despierta. Eso le permite vislumbrar la existencia del otro. Se sacude de mitos y aprendizajes. Renace de sus cenizas, cenizas de palacio, de frases hechas y sacerdotes amordazados.
El sufrimiento despierta. Fue el caso de Job.
Job lo tiene todo. Salud, hijos, bienes. También tiene a Dios. Tiene un mundo completamente organizado, indubitable. Es feliz puesto que nada le falta.
De tiempo en tiempo reza a Dios y le ofrece sacrificios. Es parte de su rutina cotidiana. Job es considerado un hombre justo y piadoso.
Satán rompe el equilibrio. Satán sugiere que Job vive inmerso en la lógica del negocio. Es bueno porque le conviene ser bueno. Porque es bueno le va bien.
Este es el argumento del fiscal, del ángel satánico. Los hombres sostiene, solo conocen el camino: el de su propio interés. Por interés aman, por interés rezan. La vida es un gran negocio, esposa, hijos, hermanos, amigos, Dios.
Es la trama del negocio, me das, te doy.
Eso le explica el Fiscal al Juez Supremo. Dios le otorga el poder de poner a prueba a Job. Quitarle todo aquello que lo beneficia en su egoísmo de pòsesiones.
NS (se lee Nes) es el milagro. Pero el milagro brota del NS-H (se lee Nisá), que significa poner a prueba.
Si el hombre no es puesto a prueba, nada sabe del hombre, de sí mismo ni de nada. Sin espinillos, sin tormentas, sin despojamientos, sin sufrimientos no hay realidad.
Comienza la gran prueba. Paulatina y sucesivamente Job lo va perdiendo todo. Salud, riquezas, hijos, siervos, negocios. Todo lo relacionado con el verbo tener. Todo es sacrificado. Ni siquiera cuerpo tiene. Queda el alma, el poder reflexivo, la palabra.
Resta Dios. También podría perderlo, sacrificarlo. Pero es otro Dios. Un Dios que no se tiene, con el que ya no se cuenta, que no entra en esquemas lógicos predeterminados. A ese Dios que le exige una respuesta.
Pero no hay respuesta discursiva para el misterio existencial. Job y Dios intercambian monólogos.
¿Qué conclusión tuvo la prueba? Ninguna, salvo la ganancia de toda pérdida, de todo desprendimiento, el aprendizaje de la desnudez y del misterio.
El aprendizaje de la raíz, y de empezar a crecer día a día, segundo a segundo, en sabor, fuera de todo saber. Perder los marcos y las prisiones del saber y del tener para empezar a ser.
Dicen que al final Dios le devolvió a Job sus hijos, sus campos, sus riquezas. Puede ser. Pero ese final feliz es irónico. Todo lo que le devolvió ya no era como antes.
Porque Job aprendió a no tener. Ya no taparía más la desnudez. Y ahí en plena desnudez, encontró a los otros. Esos con sus hijos, bueno con los vecinos, bueno con el ganado, pero nunca se había salido de su propia piel.
Al final Dios le enseñó que a Él no se lo gana con regalos ni cerrando los ojos y concentrando el espíritu. Esto es amarse de ficciones consoladoras.
Job rezaba por sus hijos. Ahora Dios le ordena que rece por los otros dolientes del mundo. Entonces aprende Job la condición humana: la de ser para otros, para los anónimos otros, no esos que te sirven y que forman parte de tus intereses, tus hijos, tu esposa, tu vecino, sino los lejanos, los otros más otros.
Esa es la prueba: romper la piel y salirse. Entre los otros está Dios. Para ello hay que perder previamente los muros protectores, hasta la piel.
Lo único que nunca se pierde es la soledad.