viernes, 22 de enero de 2010

El espíritu de superación



El espíritu de superación
juanarmas - Escrito el 20 de Enero de 2010

[Vivimos una época donde la sociedad busca términos que dignifiquen la realidad de los hechos; y si es imposible dignificarlos dada la naturaleza de los mismos, que al menos se disfrace la dura verdad del hecho bajo un manto semántico aséptico y neutro. Actitud que revela una vulnerabilidad colectiva que se engaña y adormece, aislándose y anestesiándose en su propio miedo.]

¿Late ese espíritu de superación, el que dice un SÍ pleno a un nuevo día, en estos lugares que no dejan de ser “cementerios en vida” -como alguien muy íntimamente cercano a mí resumió con su longeva experiencia vital?

¿Cómo motivar a una persona a la que la naturaleza le ha quitado hasta el mínimo control de los aspectos más escatológicos de su fisiología? ¿Cómo incentivar el espíritu de superación en quien es testigo de su propia degradación paulatina en vida? ¿Es posible?

Se puede y debe dar dignidad al último tramo -más o menos extenso- en la vida de quienes han sido niños, hombres y ahora encaran con mayor o menor conciencia su condición de ancianos… Alimentación, higiene, actividades que estimulen sus capacidades cognitivas, medicaciones, terapias… Pero a pesar de que la vida se les vaya yendo -como a todo ser vivo, pero a ellos con una inminencia que se les manifiesta de forma más palpable-, a pesar de que los placeres cedan casi por completo a la cotidianeidad del dolor, al olvido e incluso a la más cruel locura; a pesar de todo ello, ¿tiene sentido intentar insuflar ese espíritu de superación, que a esas alturas se resumiría en la no menos loable aspiración de continuar aceptando el mantenerse con vida?

Según acumulamos cumpleaños van disminuyendo las probabilidades de realizar todos nuestros sueños; por cuanto van mermando también nuestras capacidades físicas y menguando el abanico de posibilidades que nos posibiliten manifestar los dones latentes con los que nacimos. Llegada una edad en nuestras vidas, parece que disminuye proporcionalmente nuestra disponibilidad de apertura a las sorpresas que la fe en el vivir pueda traernos como presentes. Nuestra existir cotidiano se va convirtiendo a golpe de rutina en un encefalograma con picos cada vez menos relevantes. Desde esa perspectiva, ¿hemos de aceptar -por mucho que nos duela y por poco que seamos capaces de juzgarlo como coherente- el que una persona decida dejar de vivir, no ya sólo quitándose la vida sino entregándose sin lucha a un proceso de involución, de reducción a una simplicidad al nivel de la mera subsistencia de un organismo sin conciencia, como pueda ser un vegetal?

El espíritu de superación bien pudiera ser uno de esos valores primordiales que se inculquen desde críos a las nuevas generaciones. También la Muerte: muerte como última experiencia en vida y muerte paulatina; aquella que se refleja día a día en el deterioro de nuestro cuerpo y nuestra mente. Quizás ayudaría asumir desde la infancia nuestra mortandad -cara a cara, no como una cuestión filosófica o científica sino como una realidad inexorable-. Quizás ayudaría a que esas personas, ya ancianas, vivieran su último periodo existencial con plenitud y entrega, lo que constituiría la actitud más sabia y menos dolorosa en el tránsito a la muerte. No una entrega resignada, sino aquella que asume que, más allá de nuestra actitud y nuestro aliento, hay un infinito misterioso que decide en una asociación de causas y consecuencias que supera por completo nuestra capacidad de comprensión. Como el inabordable espacio del cosmos que nos rodea, la realidad del porqué de las cosas nos supera.

Y así, entre el nacimiento y la muerte final que cierra por completo la vida -al menos, la que conocemos como tal a través de este cuerpo que nos es dado- tendríamos la posibilidad de ahondar en la experiencia de ese amor irracional e incondicional a la vida, aquel que escoge lo bueno, lo constructivo, hasta lo que la razón en su limitado juicio desvalora o niega… Posiblemente la capacidad de superación de nuestro espíritu esté en los genes de cada uno, y sólo esté en nuestra plena capacidad decisoria el asumir nuestras limitaciones y agradecer lo que la vida nos traiga como enseñanzas, sea lo que sea, ignorando la voz enjuiciadora de nuestra mente, que catalogará tales vivencias en su limitada sabiduría como parabienes, sinsabores o castigos.

Vivir es aprender a permitirnos vivir sin miedos. No hay otra superación: morir a la Vida.